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Me muero por tenerte entre mis brazos de nuevo adonde puedo decir, ven acá, calla. Porque toda esa cara tuya me dice, “hay algo en mi que me dice demasiadas cosas tuyas, no entiendo que me pasa, como si te hubiera conocido en otro momento de mi vida.” Pasamos de nuevo las vías solitarias de la madrugada, una esquina tras otra, como todas aquellas calles aledañas inmersas en nuestra memoria. Se repite este dolor, eso que evitamos pero llego. Casi como una estacada al alma, no hay nada peor que tenerte aquí así, hecha un puño. Y te tuve que agarrar fuerte y pegar contra mi pecho, cuando dijiste que no podías llorar… pero si pudiste, como que había algo que querías sacar.
Desesperado me empecé a vestir, gritando que no podía mas. Resuelto a irte a dejar para no volverte a ver jamás. No pude con todo esto y ahí desnudo, me viste como soy de verdad. Luego vos me dijiste que era un gran idiota y que no querías volverme a ver, llámame un taxi ya. Me derrumbe ante la incertidumbre de la verdad, el dolor del sentir y el horror del apagón de la soledad.
Fue de noche cuando nos derrumbamos, luego de haber tocado el infinito, de haber sentido lo que había durado tanto. Entre tanta indecisión e intensidad, ahí mismo me dijiste, no quiero saber nada mas… yo te dije, estoy completamente triste, despedazado, esto me va a volver loco de atar.
Estar desvestido no es estar completamente abierto, siempre hay cosas que se quedan guardadas, no se revelan, se mantienen en los confines del cerebro y esa noche nos dimos cuenta lo que es estar descarnado. Nos desarmamos y volvimos a armar, entre lagrimas tuyas, mías; de nadie mas.
Sabor agridulce y una bofetada al orgullo; despedazado por algo que no entiendo como sucedió, determino el vaivén de la noche. Con todo esto que paso, ella me decía que no entendía, yo solo gritaba que no podría y todo daba vueltas, entre gritos, tristeza, pasión y dolor. Luego del orgasmo venía otro pleito; sollozo y mas explosión. Madrugada despiadada, noche acalorada, como un choque de automóviles a toda velocidad.
¡Pero después de eso, tan buen amor! Prodigiosa admiración por el otro, no se sabía que iría a suceder, el momento, ahí todo era tan solo un soplo para el decir. Porqué me había quitado la ropa con todas las ganas del alma y ahora estabas vistiéndote con tristeza y delicadeza, sin saber que te veía con cuidado; tristeza, pensando en que decir para salvar el momento… para no acabar con todo este misterio.
Luego me vuelves a ver así, con tus ojos dormidos, eterna incomprensión por ese firmamento en el que estas inmersa, preciosa. Yo aquí, erudito de tu cuerpo, sin saber como responder ante estos estímulos que se generan en la punta de mis pelos. Siento ese roce que genera este sudor que expelemos y es que no nos entendemos con palabras en estos momentos. No es necesario comunicarse así.